En la boca del lobo

Lobito
Ilustración realizada por Gabrielle Esteban, 2015.

Carolina* tiene ahora 20 años. Cinco años atrás, en un mes con mucho viento, sintió un cambio en su cuerpo al doblar la esquina en el barrio San Carlos, en Atucucho, allá donde los adoquines están tan altos que llegan al cielo. “La Ciudad de los Palitos”, como se conocía a Atucucho por sus casas precarias construidas de palos y plásticos, está ubicada al filo noroccidental de la capital ecuatoriana.

Atucucho en quichua (Atuk Kuchu) significa “rincón del lobo”. Fue allí donde en una fría noche de luna llena, Carolina conoció a su actual esposo.

– Él es mayor para mí con 10 años, él tiene 30.

Me dice con voz tenue.

– Yo a él le conocí más antes cuando yo tenía menos de 13 años. Después entré a trabajar con la hermana de él, nos fuimos conociendo poco a poco.

Durante varios días Carolina se sintió descompuesta. La posibilidad de un embarazo estaba descartada, le aseguraba ella a sus hermanas.

– Como yo en esa época no sabía de las relaciones y esas cosas, me confié. Yo le pregunté y me dijo que no, que él se había cuidado. Entonces yo también como no sabía yo le creí. Fui a la casa de mi hermana y le dije ‘No, no, no, nada ha pasado’.

– ¿Y cómo se cuidaron? ¿Con condones? Pregunté.

– No sé. Él me dijo que se cuidó. Yo la verdad ni idea de eso.

Las contradicciones en la vida de Carolina comenzaron a crecer al igual que su barriga.

Una vez Alfredo Grande, psicoanalista argentino, dijo que “la cultura represora, pródiga en paradojas, o sea, contradicciones que llevan a “callejones sin salida”, en contradicciones que no se mezclan como el agua y el aceite, tiene una larga lista de mantras del sometimiento”.

Después de conocer a varias niñas y mujeres madres en Quito, una de esas contradicciones es la que despierta mi atención. Si de embarazos y buscar nombres se trata, podría llamarla “La-vergüenza-de-haber-sido-y- la alegría de ya no ser”. El estigma del embarazo adolescente y la honra de la maternidad: dos caras de la moneda del sometimiento patriarcal.

Según el diccionario, el término estigma puede significar “marca o señal en el cuerpo”, “desdoro, afrenta, mala fama” o “marca impuesta con hierro candente, bien como pena infamante, bien como signo de esclavitud”. El capitalismo y el catolicismo han empuñado a lo largo de la historia su hierro sobre el cuerpo de las mujeres.

La Fundación Internacional para la Adolescencia (FIPA) asegura que el número de adolescentes embarazadas en el Ecuador es el más alto de América Latina. El último censo nacional realizado en el 2001, detectó que el 19% de las jóvenes ecuatorianas de entre 15 y 19 años son madres (118.264 chicas de entre 623.444). La cifra supera casi en cuatro veces la capacidad del estadio Atahualpa.

El mayor porcentaje de madres ecuatorianas adquirió ese título antes de los 29 años. Según estadísticas del INEC (2010), el 44,1% de las madres tuvieron su primer hijo entre los 15 a 19 años, el 35,2% entre los 20 a 24 años y el 2,4% entre los 12 y 14 años. Las marcas de violencia en los cuerpos de las mujeres son hondas, de distintas formas y asestadas con diversas armas. Hablar de embarazo en niñas de 10 a 14 años y no mencionar las violaciones sexuales nos convierte en perpetradores indirectos de esa violencia.

Para el Estado, el tema es cuestión de estadística. Para muchos padres y madres, el matrimonio de sus hijas, incluso a los 12 años, es la mejor forma de liberarse del estigma del embarazo adolescente. De este modo, la violencia contra las mujeres se naturaliza y se protege.

Carolina no pudo escapar. Me cuenta que sus padres se enojaron mucho con ella.

– Me dijeron que por qué les había mentido, no les había contado. Me dijeron que me tenían confianza y se acabó la confianza.

Y agrega:

– Mi papá nunca me dejaba salir ni con amigos ni con amigas.

La violencia en la casa de Carolina se repetía y se extendía como los adoquines en Atucucho. Cuando la noticia del embarazo se confirmó, la nueva madre fue a darle las “malas nuevas” al herrero que había marcado su cuerpo e incinerado su niñez.

– La primera vez lo negó. Entonces le dije que entonces esperemos que nazca. Él quería hacer una prueba de ADN y yo le dije bueno, o sea, como yo estuve segura entonces yo le dije esperemos que nazca, cuando nazca hacemos una prueba de ADN. Él reconoció después cuando ya estuve de unos cincos meses. Me fue a buscar. Yo vivía ahí y después yo le cogí a él un odio, no le quería ni ver. Desde que dijo eso para mí fue fatal. No le quería ni ver. Yo le mandaba regresando por las mismas. Ya después que mi hijo nació en un mes me casé. Ahí me buscaba hasta que lo logró y nos casamos.

Carolina se había retirado del colegio en primer curso.

– Me retiré tres años y cuando volví a entrar me quedé embarazada. Entonces me tocó retirarme a fines de… ya de salir de vacaciones ya me retiré.

Allí no se enteraron. Quedarse hubiera sido demasiada deshonra, demasiada mala fama. Era una pena infamante. La mayoría de las embarazadas adolescentes abandonan sus estudios por vergüenza, por presión de sus familias, o por el rechazo de la institución. “Son colegios para señoritas y no para señoras”, explican algunos docentes. “Una manzana podrida daña a las demás”, explican otros. La imborrable marca en el cuerpo. En el cuerpo de las mujeres. ¿O acaso se escuchó alguna vez que un estudiante hombre haya sido expulsado por dejar embarazada a una mujer?

Mientras me habla, Carolina acomoda varias veces la misma prenda. Ella vende ropa en el Centro Comercial Hermano Miguel, en Quito. Tuvo que salir a trabajar.

– Cuando una siente que ya va a ser madre no es como quien dice una niña, ya se siente otra clase de persona. O sea, cambian algunas cosas igual.

Carolina se levanta todos los días a las 6.30 de la mañana. Trabaja de 8 de la mañana hasta las 7 de la noche. Una vez en su casa, hace la merienda para su hijo y se acuesta.

– Si es que he dejado algo en la mañana, lo sigo haciendo, si es que es un poco de lavar, salgo a lavar en la noche.

Ser madre sí cambia algunas cosas.

– De ahí fue algo bonito, ya después sentí algo bonito. Dije voy a ser madre digan lo que digan, así la gente se burle”. La maternidad como destino de la mujer. Ser madre para ser mujer. Ser madre para no morir en el intento. Yo me sentía bien. Voy a tener algo propio que sea mío y que nunca nadie me va a poder quitar, para toda la vida. Sí fue algo bonito el ser madre.

La maternidad como realización personal. Niñas que “tienen algo”, que no es justamente niñez. Se trata de cuerpos, de sueños, de vidas amuralladas. Otra vez parafraseando a Alfredo Grande, “si pensamos la violación en una perspectiva amplificada, toda mujer que se embaraza sin desearlo es violada, justamente en lo más propio, su deseo”. Y una de las marcas más profundas es la repetición.

Me despido de Carolina, que se queda ofreciendo pantalones a un cliente. Yo me quedo pensando y deseando que la resistencia y la liberación de las mujeres pueda avanzar.

* Nombre cambiado para proteger la identidad de la fuente.
Este texto fue escrito por Maga Marega y es un producto de divulgación de la investigación “Violencia de género, maternidad adolescente e inserción laboral de jóvenes madres en Ecuador”, realizada por Sentimos Diverso.