Informe especial

Más acá de lxs muertxs

Por Cristina Arboleda P. e Isabel González R.

Cuando Purita Pelayo habla, se mueve en una sutil coreografía. Extiende sus brazos como queriendo traer los recuerdos de lejos, desde la época en que la homosexualidad era considerada un delito y perseguida hasta la muerte en Ecuador. Purita ladea la cabeza de cabellos encendidos. Retiene las palabras brevemente en su boca, grande y pintada de fucsia, para luego dejarlas salir:

—Nos sentíamos envalentonadas y triunfalistas porque habíamos logrado visibilizar el complejo drama que vivíamos tras las paredes y a escondidas, antes de la despenalización.

La exdirigente del grupo Coccinelle cruza las piernas sobre el sofá negro. Un par de luces débiles ambientan la sala cuidadosamente improvisada en un local donde vive la única sobreviviente de las cuatro activistas trans que fundaron el colectivo. En ese lugar ahora vende agua, cigarrillos, caramelos y refrescos, en el sur de Quito.

La detención de más de cien homosexuales que realizaban la elección de la reina gay en el bar Abanicos de Cuenca, provocó que el incipiente movimiento LGBTI creara una plataforma para exigir que se eliminara el primer inciso del artículo 516 del Código Penal, que sancionaba con cárcel de 4 a 8 años las relaciones entre personas del mismo sexo.

El camino hacia la despenalización fue abierto por Fedaeps, Tolerancia, Triángulo Andino y APDH. Una mañana de agosto de 1997, las Coccinelle, con sus vestidos llamativos y sus tacos empinados, protagonizaron la toma pacífica de la Plaza de la Independencia y la recolección de las firmas que respaldaron la demanda ante el Tribunal Constitucional Ecuatoriano. No tenían nada que perder, en cambio podían ganar su libertad. Por eso conjuraron el miedo de mostrarse a la luz del día.

El 25 de noviembre de ese mismo año, el Tribunal de Garantías Constitucionales resolvió a favor de los colectivos. Purita y sus amigxs fueron hasta allí para esperar la noticia. En su voz resuena el agotamiento de esos días:

—Fue como si por fin hubiéramos llegado a casa después de tanto caminar.

A quién le importa lo que yo haga,
a quién le importa lo que yo diga.
Yo soy así, así seguiré,
nunca cambiaré.

La canción de Alaska y Dinarama se convirtió en el himno de los activistas gays reunidos en la sede de Fedaeps. La celebración se desató con la llamada del abogado Patricio Benalcázar, quien actualmente es el Adjunto de Derechos Humanos y de la Naturaleza de la Defensoría del Pueblo. El logro, según Benalcázar, marca un antes y un después en la historia ecuatoriana de los derechos humanos.

20 años más tarde, se desconoce el número de encarceladxs, torturadxs, desaparecidxs y ejecutadxs extrajudicialmente por esta causa. La lucha por la despenalización de la homosexualidad estuvo marcada por la represión policial, siempre desmedida en todos los gobiernos, desde Febres Cordero hasta Abdalá Bucaram, a diferencia de lo que sucedió en Colombia y Perú. De los tres países, Ecuador fue el que más tardó en reconocer los derechos de las personas LGBTI.

Purita hubiera preferido no escarbar en la memoria para escribir Los fantasmas se cabrearon, su testimonio sobre esa época. Pero con sus palabras, salva del olvido a quienes ya no están.

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Detrás del arcoíris

Jorge Medranda estaba en Fedaeps el día de la despenalización. A Washito, como le dicen sus amigxs, todavía le asusta caminar de la mano o darse un beso con otro hombre en las calles quiteñas. Desde los 12 años idealizó esos paseos de domingo entre homosexuales, de los que fue testigo en un parque mexicano. Sabía que en Ecuador eran imposibles.

Sentirse pecador, criminal y hasta enfermx por ser diferente era fácil. Ni Purita ni Washito se imaginaban que había formas de enfrentar los prejuicios que la sociedad ecuatoriana seguía arrastrando desde el periodo colonial, cuando los españoles castigaban el crimen nefando con encierros, trabajos forzosos, confiscación de bienes, azotes y hasta pena capital.

Lucía Moscoso, autora del libro Amistades ilícitas, rastreó estos castigos en las 421 cajas de la serie Criminales guardadas en el Archivo Nacional. En ellas, también encontró el origen de ese vínculo entre lo moral y lo legal, que se reforzó con sermones religiosos y crónicas rojas para justificar la desmesurada persecución contra gays, lesbianas, travestis y transexuales hasta finales del siglo XX.

Una blusa de encaje azul cubre el torso delgado de Purita. Ella evoca los días en que recién había egresado del colegio y dejó la provincia de Esmeraldas para aventurarse a buscar la otra parte de sí misma que le hacía falta. Corrían los años 90 cuando llegó a la capital para salir del clóset. Purita estudió Filosofía durante seis semestres. Luego el trajín para sobrevivir se impuso y no terminó la universidad.

Quienes podían salieron del país en búsqueda de libertad. En Río de Janeiro la artista visual ecuatoriana, Cynthia Bodenhorst, descubrió que existían otras formas de amar, aunque desde siempre le gustaron las mujeres. Washito nunca se fue. Frente a las reprimendas paternas y el acoso de sus compañeros de colegio, decidió parecer un hombre corriente, de cabello corto, camisa, jean y chaqueta, para mimetizarse y evitar los atropellos.

Antes de convertirse en activistas, Washito y Purita se movían por la ciudad con su propia lógica. Quito caminaba hacia la modernización pero conservaba su esencia conventual. En las tardes, el parque El Ejido era el lugar por excelencia de los hombres homosexuales, denominados como “los serios”. Allí ponían en escena el guión para identificarse. Washito sonríe cuando detalla los códigos:

—Había un juego de miradas. Si regresábamos a vernos, uno de los dos preguntaba qué hacía por el lugar. Si el otro respondía “estoy esperando un amigo”, era gay.

La noche cobijaba sobre todo a lxs travestis y transgénero, apodados por los gays como “los fuertes”, quienes dejaban de esconderse para recorrer La Mariscal, el Centro Histórico y La Y. Buscaban diversión, algunos tragos para soportar el frío y la oportunidad de ejercer el trabajo sexual y así conseguir el dinero que no podían ganar haciendo otras labores.

También llegaban a los bares de “ambiente”, ocultos detrás de fachadas de restaurantes o garajes. La mayoría de sitios eran frecuentados por hombres gays y alguna que otra lesbiana, a quienes llamaban “camioneras”, por su estética masculina. El más legendario es “El Hueco”, la discoteca del foco rojo, de la que nadie sabe el nombre real, aunque todxs bailaban en su pista hasta que la llegada de la Policía los obligaba a escapar.

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Basta de bestias

Washito llegó muy temprano a una fiesta en un bar. La espera fue afortunada porque allí escuchó hablar por primera vez a Orlando Montoya, director de Fedaeps, sobre derechos humanos y VIH. Esa tarde comenzó su recorrido en el activismo.

Desde allá, desde la cárcel, desde la esquina,
desde la tienda, desde los sindicatos,
desde el barrio, desde la universidad
se oye un solo grito que es:
¡Basta de bestias!

Ecuador vivió en la década de los 90 la ebullición de los movimientos sociales que desde años atrás, cantaban los versos de Jaime Guevara. A este coro se sumó finalmente la voz de las minorías sexuales. En una noche de bohemia con su amiga Paloma, otra esmeraldeña trans, Purita entendió la urgencia de reclamar sus derechos y denunciar la salvaje represión que esquivaban a diario.

Purita, siempre espigada y bien maquillada, cargaba en su mochila una cámara de rollo.

—Mi felicidad consistía en tomarles fotos a mis amigxs y regalárselas. Me llenaba que llevaran un recuerdo mío.

Su archivo, de más de mil negativos, guarda las mejores poses, los más atrevidos trajes y las carcajadas espontáneas de esos días y noches. Con la persecución, sus fotografías se convirtieron en evidencia de una historia invisible y de la que no existen datos oficiales. Purita retrató el confinamiento en las cárceles sin ser descubierta. También las heridas y consecuencias de la violencia estatal, incluso iba hasta la morgue para tomar la última foto de lxs compañerxs asesinadxs, de las que solo conocía el sobrenombre que usaban en la calle.

El informe de la Comisión de la Verdad determinó que la Polícia Nacional fue responsable del 51% de violaciones a los derechos humanos entre 1984 y 2008. En sus crónicas sobre la despenalización, Purita describe las innumerables ocasiones en que los agentes les insultaban, golpeaban, pateaban, ahogaban en las lagunas de los parques, les violaban con toletes rociados con gas pimienta o lxs desaparecían.

No hay ningún culpable por estos actos. Ni siquiera el temido “Teniente Guapo”. Purita afirma en su libro que este policía, de apellido Játiva, debe tener menos de 55 años y, si se mantuvo en la institución, debió llegar al grado de mayor o general. De cualquier forma burló a la justicia y sus crímenes continúan en la impunidad.

Nadie fue a la cárcel por su orientación sexual en Colombia o Perú. El activista colombiano Manuel Velandia explica que en su país fueron los paramilitares los que se encargaron de la “limpieza social”. Diez años después del origen del movimiento gay se contabilizaron más de 600 muertes. Sin embargo, la campaña de exterminio no provino directamente del Estado, como en Ecuador.

—Ante este torbellino de angustia empezamos a organizarnos— cuenta Purita. Ella, que dirigió durante ocho años el colectivo Coccinelle, escogió el nombre con sus compañerxs en honor a la actriz y cantante transexual francesa, Jacqueline Charlotte Dufresnoy, la primera celebridad en cambiarse de sexo.

La despenalización era solo una posibilidad, aún así lxs Coccinelle fueron lxs primerxs en instalar una mesa para recoger firmas. El gesto motivó a que otrxs activistas como Washito, que, con el miedo en la piel, salieron a llenar las planillas. Juntxs dieron el primer paso en un camino todavía no encuentra final.

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La libertad es su herencia

“Nadie parece saber que la libertad de los jóvenes gay de hoy es el producto de la lucha de los antiguos como yo”, le dijo Purita a Luis Saavedra, director de INREDH, al proponerle escribir sus memorias de la despenalización.

Camila Jaramillo lo sabe. Ella, que usa vestidos de flores y ha tenido varias relaciones estables, dice que puede amar tanto a hombres como a mujeres. Cuando habla, hace énfasis en la palabra amor porque, tanto dentro como fuera de la comunidad LGBTI, creen que la bisexualidad es una etapa de confusión, el equivalente a ser promiscuo o a vivir “enclosetado”. En sus clases, en una universidad privada de Quito, los derechos humanos son tema reiterado.

—Soy consciente de lo que hicieron otrxs, a punta de sangre, para que podamos ser lo que somos, libremente.

Hace dos décadas que la homosexualidad dejó de ser un motivo para ir a la cárcel en Ecuador. Pero la discriminación se mantiene en los espacios públicos y privados. Bernarda Freire, quien brinda asesoría legal a personas LGBTI en la Fundación Pakta, ha constatado que si bien la discriminación en las familias es la que más les afecta, existen particularidades: gays son señalados como portadores de VIH; lesbianas, internadas de forma recurrente en clínicas clandestinas de reconversión; bisexuales, vistxs con desconfianza al interior de la comunidad LGBTI; intersex, sometidxs sin consentimiento a cirugías para reasignar su sexo; y lxs trans siguen siendo el grupo más vulnerable.

La sociedad ecuatoriana se esconde en el clóset de las apariencias. Cuando Washito Medranda era muy joven, su familia aceptó su orientación sexual a cambio de que siguiera viéndose como un hombre. Antes de la despenalización, hasta los gays rechazaban a lxs trans porque temían que los delataran con su presencia. Con el tiempo, Washito construyó un “closet selectivo”, que le ha permitido camuflarse en espacios inseguros y protegerse de la discriminación.

Lxs trans no caben en ningún clóset porque rompen con los moldes tradicionales de lo femenino y lo masculino. Por eso la sociedad lxs persigue, castiga o elimina. El informe sobre población diversa en las Américas, publicado en 2015 por la CIDH, reveló que las personas trans tienen una expectativa máxima de vida de 35 años y junto con lxs bisexuales y gays son “especialmente vulnerables” a ejecuciones extrajudiciales.

Camila, quien llegó a Quito hace 10 años, no esconde su bisexualidad, pero prefiere ser discreta porque la discriminación puede ser mayor cuando a la diversidad sexual se suman otras condiciones:

—Soy mujer, soy joven, soy colombiana. Para llegar a donde estoy he tenido que pagar un derecho de piso.

Cynthia Bodenhorst es lesbiana y transita con libertad por la academia, el arte y el feminismo. En Quito, donde nació, y en otras ciudades donde ha vivido, ha sido testigo de que las lesbianas son discriminadas, no solo por su orientación sexual sino por ser mujeres y pobres. Incluso encontró desigualdad en la liberal San Francisco, donde estudiaba mientras sus amigxs luchaban por la despenalización en Ecuador: “Allí, las parejas gay tienen más dinero porque los dos hombres trabajan y ganan sueldos de hombres”, menciona desde su casa en la ciudad portuguesa de Vigo.

En los últimos años, Colombia, Perú y Ecuador avanzaron en tipificar el delito de discriminación y los crímenes de odio. Sin embargo, la igualdad enfrenta muchos enemigos. Brenda Álvarez, de Promsex, comenta que el Congreso peruano de mayoría fujimorista pretende derogar el decreto legislativo que sanciona la discriminación por orientación sexual e identidad de género. Además, en ese país todavía se diseñan planes de seguridad ciudadana que incluyen “acciones de erradicación de personas de la diversidad sexual”.

De los tres países, Colombia es el único que ha logrado dos sentencias penales —ambas por el caso de Sergio Urrego— que condenan la discriminación por razón de la orientación sexual. Manuel Velandia, la primera víctima homosexual en ser reparada por el Estado colombiano, considera que una de las mayores dificultades para obtener sentencias de este tipo es que ni lxs afectadxs ni los operadores de justicia entienden cuándo acusar por este delito.

Para la fiscal ecuatoriana Gina Gómez, que consiguió la única sentencia por discriminación en Ecuador, es importante que los jueces pongan atención al mensaje que hay detrás de las agresiones, y que está dirigido tanto a la víctima como a la comunidad a la que pertenece. En el caso de discriminación étnica de Michael Arce en la Escuela Militar Eloy Alfaro, ella demostró que los baños de agua helada, los latigazos, la comida servida en el piso o las bajas calificaciones injustificadas, enviaban el mensaje de que ningún afroecuatoriano puede hacer carrera en las Fuerzas Armadas, porque el poder es de los blancos.

La discriminación obliga a las minorías a sobrevivir en los bordes. La depresión y la ansiedad son las afectaciones emocionales más frecuentes en la población LGBTI y según el coordinador de la Red Ecuatoriana de Psicología, Edgar Zuñiga, son consecuencia del rechazo que enfrentan.

Durante más de dos años, Purita escribió sus memorias sobre una diminuta mesa de madera. El dolor de recordar la exclusión y la violencia le obligó a detenerse varias veces. En su libro relata cómo, al llegar a Quito, lxs trans se daban de bruces contra una ciudad que les relegaba a convivir con delincuentes en los cerros y barrios populares.

Ahora Purita atesora su tranquilidad en ese espacio humilde, que no termina de ser ni casa ni tienda, en el que se filtra el ruido, el frío y el smog de la avenida a través de una puerta metálica:

—Las Coccinelle que logramos sobrevivir nos mantenemos en una vida sencilla, solo viviendo de los recuerdos.

Quienes murieron, aunque vivían precariamente dejaron una herencia invaluable para las nuevas generaciones: la libertad.

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La lucha que nunca termina

Cuando cerráis los ojos,
sabedlo de una vez,
los muertos se alzan
y caminan secretamente vivos,
sin pisadas,
acomodando signos en el aire,
liberando palomas enterradas,
erigiendo colores escondidos,
en la asomada cal de los fantasmas.

Estos versos del esmeraldeño Antonio Preciado se incluyen en el poemario Más acá de los muertos. Desde ese lugar que da nombre al libro de su poeta favorito, Purita escribe para no olvidar cómo se consiguieron los derechos de las personas de la diversidad sexual.

—Cada vez que nos confinaban a las celdas, los policías repetían: “Ustedes no tienen derechos humanos”.

Los ojos de Purita tienen el color de la noche. De una noche con lluvia cuando habla de lxs amigxs que perdió en el camino a la libertad. En Ecuador, ese camino está inconcluso. Los grupos LGBTI siguen exigiendo su derecho a formar familias diversas, a acceder a la educación sin discriminación, a tener trabajo, seguridad social y vivienda digna, servicios de salud incluyentes y una vida libre de violencias. Por ser reconocidos como “humanos”, según señaló la Comisión de la Verdad.

La despenalización marcó un hito. El abogado Patricio Benalcázar, que ha sido cercano a los colectivos LGBTI, afirma que las leyes no garantizan la igualdad en la práctica pero motivan cambios. Sin embargo, advierte que al tiempo que se avanza, hay gente que se queda: “Las marchas que cuestionan el enfoque de género y la diversidad sexual, muestran a una sociedad conservadora que sigue resistiéndose a la igualdad”.

Para algunas organizaciones de la sociedad civil, los avances son apenas pinceladas de consuelo. Todavía se preguntan por qué si se logró una Constitución de avanzada en 2008, no existe una política pública para esta comunidad. Más allá de improvisadas mesas de diálogo en Carondelet, el actual gobierno no se ha comprometido firmemente con saldar esa deuda.

—Todo debe escribirse porque la memoria es traicionera —opina Purita, al referirse a la importancia de que la gesta por la despenalización forme parte de la historia ecuatoriana.

Pero, 20 años después, el Estado parece haberla olvidado. La justicia no ha castigado a nadie por los crímenes de lesa humanidad contra quienes se atrevieron a ser diferentes y fueron borradxs sistemáticamente: algunxs desaparecieron y quienes fueron asesinadxs quedaron en el anonimato.

En la actualidad, las personas LGBTI siguen siendo invisibles. A pesar de que el INEC realizó en 2013 una primera encuesta, las instituciones públicas trabajan sin datos específicos para conocer la situación y las necesidades de esta comunidad. Por ejemplo, la Fiscalía y el Consejo de la Judicatura no tienen especialistas que puedan probar la motivación de los delitos de discriminación asociados a la orientación sexual, ni llevan cuenta de estos casos.

Solo el Ministerio de Salud (MSP) registra las atenciones a lesbianas, bisexuales y gays. En estos datos iniciales, no constan lxs transgénero, tampoco lxs intersexuales. Rafael Garrido, director nacional de Derechos Humanos, Género e Inclusión, señala que entre los esfuerzos del MSP está el desarrollo de un manual de atención para personas LGBTI, la capacitación a profesionales de la salud, la detección de vulneraciones a lxs usuarixs y la apertura de cuatro centros inclusivos en Quito.

“La diversidad nos asusta”, sostiene Francisco Bonilla, director de Acceso a la Justicia de la Judicatura y agrega que las clínicas que ofrecen “curar” la homosexualidad tienen origen en la idea persistente de que esta es una enfermedad. Instancias internacionales como la Cedaw, el Comité contra la Tortura y el Examen Periódico Universal coincidieron en la necesidad de que se redoblen los esfuerzos para erradicar estas prácticas ilegales, sancionar a los responsables y reparar a las víctimas.

La prisión quedó atrás. Pero más allá de los barrotes hay otros obstáculos que vencer:

—Romper los roles y las ideas preconcebidas sobre cómo debe ser o verse una lesbiana, un gay o una bisexual— plantea Camila.
—Conquistar finalmente el espacio público y dejar de ser marginales— insiste Washito.
—Reconocer otros tipos de familia —comenta Bernarda—. En otros países, el matrimonio igualitario abrió puertas a otros derechos como la adopción.
—Estar alertas para evitar los retrocesos— advierte Cynthia.
—Convertir el deseo por la igualdad de la comunidad LGBTI en una causa de todxs— agrega Patricio.

Hay barreras y limitaciones pero Purita que vivió la cárcel, asegura que nada se compara con el presidio. En honor a quienes entregaron su vida, Purita dice que el camino para amar en libertad debe continuar.

—La despenalización fue un paso nada más. Esta es una lucha que nunca termina.

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MAPA

Quito Secreto

Cuando la homosexualidad era delito en Ecuador, la comunidad LGBTI se movía por lugares secretos de la capital. En las calles y parques del Centro Histórico y del barrio La Mariscal usaban códigos para identificarse. En estas zonas también se concentraban bares, discotecas y restaurantes clandestinos donde gays, lesbianas, travestis y transgénero dejaban de esconderse. No importaba si el trago era malo o si los lugares eran oscuros y precarios. El foco rojo a la entrada era un anuncio de libertad. En estos sitios la Policía hacía redadas. Quienes cayeron presos eran trasladados a centros de detención donde eran víctimas de abusos y atropellos.

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CIFRAS

Salud, derechos y justicia

En Ecuador, desde hace dos años, el Ministerio de Salud (MSP) registra la variante sexo genérica, pero únicamente para lesbianas, bisexuales y gays. Las cifras aún son iniciales. Sin embargo, según Edgar Zúñiga, coordinador de la Red Ecuatoriana de Psicología, en muchos casos, el registro se realiza desde el criterio del profesional. Otras veces, el miedo a ser discriminadxs hace que lxs pacientes oculten su identidad u orientación sexual.

El MSP sigue estándares de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para generar indicadores y utiliza la Clasificación Internacional de Enfermedades en su décima versión (CIE 10). Este formato considera a las identidades diversas como trastornos, para registrar la atención específica a las personas transgénero. Paradójicamente, como se debate a nivel mundial, esta práctica puede dar el mensaje de que las identidades sexogenéricas son una enfermedad.

Por otro lado, epidemiológicamente está demostrado que hay mayor incidencia de depresión y ansiedad en la población LGBTI, no por características propias de la diversidad sexual sino por la discriminación social, que es la causa de lo que la Organización Panamericana de la Salud define como “estrés de minorías”.

En cuanto al sistema de justicia, la Fiscalía General del Estado y el Consejo de la Judicatura no cuentan con datos específicos sobre delitos de discriminación y odio cometidos contra personas de la diversidad sexual.

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Coordinación general: Gabrielle Esteban / Coordinación editorial: Isabel González R. / Periodistas: Cristina Arboleda - Isabel González R. Portada: AlimañA Picture&Design / Viñeta: Mariquismo Juvenil / Producción digital: Jorge Montoya y Jon Montoya.

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