La desigualdad parece una historia del pasado, pero no lo es. La escritora Gabriela Alemán reconstruye en una de sus columnas para la revista Arcadia la presentación de una colección de autores ecuatorianos. Ella levanta la mano y pregunta por qué no hay una sola mujer. “Una escritora, digamos”. La sala enmudece hasta que un colega le responde: “En realidad, no hay buenas escritoras. Por eso no están”.
Todavía siguen organizándose exposiciones de arte, encuentros de literatura y premios científicos en los que la participación de las mujeres es nula o equivale a una cuota. Recientemente, la escritora Gabriela Wiener, declinó la invitación al coloquio Tendencias contemporáneas de la literatura peruana, en Madrid. Wiener se había prometido “no seguir funcionando como la cuota para librar a otrxs de salir jalados en igualdad”.
De hecho, 42 escritoras colombianas firmaron un manifiesto en reclamo al Ministerio de Cultura por la nula representación de las mujeres en un evento literario que se realizará el 15 de noviembre de 2017 en París. Cuestionaron cómo se realizó la convocatoria y cuáles fueron los criterios para seleccionar a la delegación, conformada por 10 hombres, que representará a la literatura colombiana.
La idea de que no existen escritoras, artistas o científicas permanece en un mundo inventado y contado por hombres. Si bien las mujeres ya no se dedican exclusivamente a la crianza de los hijos y las tareas del hogar, ni son las musas que posan desnudas mientras los hombres crean teorías, pintan lienzos o piensan; todavía son minoría en el catálogo de las ideas.
Por eso, lo que sabemos lo hemos aprendido de ellos. “Todos somos prisioneros de las percepciones y sensaciones masculinas”, escribe la nobel Svetlana Alexiévich. Habla de la guerra, pero aplica también para el arte, la ciencia y la literatura.
La foto de Solvay
La aparición de las mujeres en la ciencia y la cultura es reciente. Los Premios Nobel han galardonado a 883 hombres y 49 mujeres desde 1901 hasta 2017. Este año todos los premios fueron para ellos.
La científica franco-polaca Marie Curie fue la primera mujer en recibir este reconocimiento y la única en ganar dos Premios Nobel: el de Física en 1903 y el de Química en 1911. Curie se abrió paso en un mundo no apto para mujeres. En la fotografía de la quinta conferencia de Solvay, tal vez la más famosa de la historia de la ciencia, ella aparece rodeada de 28 científicos de traje y corbata.
Marie Curie y los asistentes a la quinta Conferencia de Solvay, 1927.
El retrato es de 1927 pero aún hoy el reconocimiento científico depende del género. “Hay un sesgo en la apreciación del conocimiento producido por mujeres en áreas dominadas por los hombres”. Lo dice Brigitte Baptiste, bióloga colombiana, experta en biodiversidad y directora del Instituto de Investigación Alexander von Humboldt. Para ella, el mayor logro profesional es existir como científica transgénero. Brigitte sabe que las cosas serían distintas si se hubiera transformado antes de que Luis Guillermo, su anterior identidad, fuera un renombrado científico.
Brigitte usó pantalones hasta los 35 años. Ahora prefiere las faldas. Pero ni los pantalones ni las faldas determinan el talento, a pesar de que algunas teorías han impuesto la idea de que las mujeres son inferiores intelectualmente. Charles Darwin, por ejemplo, defendió la diferencia mental entre los dos sexos y el sometimiento del sexo 'débil' al fuerte.
Las teorías, según Brigitte, han servido para reafirmar el dominio masculino y reforzar el mito de que la racionalidad es propia de los hombres y la sensibilidad es natural a las mujeres. En consecuencia, desvirtuada su capacidad análitica y de construir teoría, quienes escapan a la categoría de lo masculino, siguen siendo minoría en la ciencia, como en la foto de Solvay.
Un retrato de la desigualdad
Las mujeres artistas tienen “ventajas”: trabajar sin la presión del éxito, saber que su carrera profesional mejorará a partir de los 80 años o no pasar por el bochorno de que las llamen genios. Estas frases ironizan sobre la discriminación y hacen parte de una de las obras de las Guerrilla Girls con las que participaron en la exposición La intimidad es política, junto a 16 artistas en el Centro Cultural Metropolitano (MET) de Quito.
En una de las visitas guiadas, Pilar Estrada, directora del MET, se detiene frente a la obra que las hizo famosas. En la reinterpretación de “La gran odalisca” se ve a una mujer retozando incómodamente, sin ropa y con máscara de gorila. Estrada lee el texto que acompaña la imagen: “¿Tienen que estar desnudas las mujeres para entrar en el MET?” y explica que, desde 1985, las Guerrilla Girls demuestran la exclusión en la cultura con métodos publicitarios y estadísticas reales.
Para la exposición en Ecuador, el colectivo de activistas estadounidenses creó un cartel que da cuenta de la situación en este país: 21% de artistas en la colección Alberto Mena Caamaño son mujeres; mientras que en la Bienal de Cuenca, que se realiza desde hace 30 años, la cifra es de 26%.
Estas estadísticas se pueden comparar con las de los principales museos de arte contemporáneo y moderno de Perú y Colombia. Entre 2013 y 2017, en 11 de 54 muestras individuales o colectivas del MAC de Lima participaron mujeres; mientras que en el MAMBO de Bogotá solo una de 35 exposiciones fue de una mujer.
Sin embargo, estos datos son ignorados. De ahí la importancia de La intimidad es política, que por su calidad podría estar en cualquier museo del mundo. La directora del MET cree que la función del arte no es educar, aunque puede enseñar mucho. Por eso, ha apostado por fortalecer el área pedagógica y guió personalmente algunas de las visitas a la muestra.
A los 19 años, Estrada comenzó a trabajar en el Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo (MAAC), de Guayaquil. Allí, organizando las carpetas de 280 artistas, se dio cuenta de que las mujeres en Ecuador, como en el arte de todo el mundo, aparecen a partir del siglo XX. Y luego, comprendió que la historia del arte es también la del poder y el contrapoder: “Que no haya mujeres ‘destacadas’ no quiere decir que no existan”, sostiene la curadora.
Araceli Gilbert con amigos artistas, 1982. Foto: Archivo Blomberg.
Una de las grandes desconocidas es Araceli Gilbert, quien al igual que la científica Marie Curie, es la única mujer en la fotografía del arte ecuatoriano de la época. Estrada, quien también es historiadora de arte, cuenta que cuando las artistas eran básicamente madres que además pintaban o esculpían, Gilbert fue la excepción: vivió y viajó sola. Era una mujer independiente, que no se dejaba aplastar por ninguna estructura social, que se alejó de la pintura figurativa y del indigenismo para fundar el arte abstracto en Ecuador. Sin embargo, “su nombre nunca sonará a la par de Guayasamín”.
Si en la ciencia las teorías de Darwin han justificado la exclusión de las mujeres; en el arte, palabras como las de Pierre Renoir también marcaron jerarquías: “La mujer artista es sencillamente ridícula”. Casi cien años después de la muerte del impresionista francés, la historia del arte sigue mutilada. Los hombres aún deciden quiénes son sus protagonistas.
Las letras olvidadas
En los libros que Gabriela Alemán leía en la escuela, los personajes femeninos eran sombras del protagonista, telones de fondo, parte del paisaje. Su respuesta -inconsciente en un inicio- a esas primeras lecturas fue Maldito Corazón (1996), una serie de cuentos en los que reinventa los monstruos de la tradición gótica: Frankenstein, hombres lobos y vampiros son mujeres. En adelante, los personajes femeninos dan sentido al universo narrativo de sus obras literarias.
Como en los textos escolares, “las voces femeninas son casi nulas en el canon literario”, dice la ganadora de la Beca Guggenheim. Alemán explica que la Casa de la Cultura, presidida siempre por hombres, ha sido determinante en el canon ecuatoriano. Ella cree que no ha habido una intención deliberada de borrar a las escritoras, aunque el desinterés de quienes hacen antologías y crítica literaria, así como la falta de recursos económicos para financiar sus publicaciones, las han dejado por fuera.
Históricamente, las mujeres han hecho malabares para publicar. Incluso han fingido ser hombres. Mary Ann Evans se escondió tras el nombre de su amante, George Elliot; George Sand era en realidad Aurore Dupin y detrás de Fernán Caballero estaba Cecilia Böhl de Faber. Hasta la autora de Harry Potter ocultó su género bajo el nombre de J.K. Rowling por sugerencia de la editorial.
Otra forma de borrar a las mujeres ha sido valorarlas por sus relaciones con los hombres, como le ocurrió a Elena Garro, una de las excluidas del boom latinoamericano. En 2016, la editorial Drácena promocionó la reedición de uno de sus libros enfatizando en que había sido esposa de Octavio Paz, amante de Adolfo Bioy Casares, inspiradora de García Márquez y admirada por Borges.
Gabriela Wiener, Vargas Llosa y otros escritores peruanos. Foto: Facebook de Wiener.
Las escritoras latinoamericanas son un invento nuevo. La peruana Gabriela Wiener posteó en su página de Facebook una fotografía en la que sonríe al lado de Vargas Llosa y otros colegas peruanos. “Yo esta foto la consideré un triunfo, como si hubiera entrado por fin al club exclusivo de los escritores de mi país después de tanto no existir”, escribió.
El desencanto llegó en 2014 cuando Wiener vio su rostro en una de las gigantografías del stand de Perú en la Feria del Libro de Bogotá. Estaba entre los grandes. Todos hombres. Pero esta vez pensó que no debía ser la única de la foto. Faltaban sus antecesoras y contemporáneas. Entonces, se dio cuenta de que la historia era injusta, desigual y “jodidamente falsa”.
Ahora Wiener se niega a participar en eventos que “mantienen en el centro a los de siempre y a otras identidades en los márgenes”. Gabriela Alemán tampoco busca un lugar en el canon. Las dos son rupturistas y están construyendo uno nuevo con libros inclasificables, desestimados, perdidos. A través de la editorial El fakir, la ecuatoriana se ha propuesto revivir a autoras olvidadas y reeditará a Laura Pérez Oleas, quien escribió la primera novela sobre el aborto en Ecuador, a mediados del siglo pasado.
Las dos Gabrielas se resisten a vivir en un mundo narrado solo por hombres.
La historia fuera de cuadro
Marie Curie, Araceli Gilbert y Gabriela Wiener quedaron registradas como las únicas mujeres de la foto. Pero fuera de cuadro estaban otras científicas, artistas y escritoras. Existían y existen, aunque sus rostros no figuran en antologías, periódicos o encuentros académicos, porque también para ser memorables las mujeres están en desventaja.
La presencia dispar de las mujeres en la ciencia, el arte y la literatura revela que la igualdad sigue siendo un deseo apremiante. Según Naciones Unidas, casi todos los países han conseguido la paridad de género en la educación primaria, pero no en la secundaria ni en la universidad. La Organización Internacional del Trabajo también advierte que las mujeres tendrán que esperar hasta 2087 para ganar el mismo salario que los hombres.
Para existir, para estar en la foto, las mujeres siguen sorteando brechas cada día. Además, la etapa de mayor productividad intelectual y profesional coincide con la edad en la que ellas dedican gran parte del tiempo a sus hijos. Como si fuera poco, les toca lidiar con los prejuicios basados en las teorías de grandes pensadores como Aristóteles, Darwin o Nietzsche que han justificado el dominio masculino en todos los ámbitos e incluso la violencia contra quienes consideran inferiores.
Estas nociones que se aprenden en la escuela y se refuerzan con libros, obras de arte, cine, música y demás producciones culturales se combaten con creaciones que escapan de la lógica comercial. Gabriela Alemán sostiene que la buena literatura, sin importar el género de quien escribe, intenta hacerlo. “No todas las autoras son revolucionarias”, aclara, pues, best sellers, como las novelas de Corín Tellado, reproducen estereotipos e ideas limitantes.
Mientras quienes escapan de la categoría de lo masculino sean excepciones en las fotos y panorámicas de la ciencia, el arte y la literatura, la visión del mundo seguirá incompleta.