Ana Luz: Una voz contra los prejuicios

12998727_1321961907818668_3025545240192778796_nAna Luz Mamani
Ana Luz Mamani, es fundadora de la Asociación de Trabajadoras Sexuales Mujeres del Sur en Perú.

Por Isabel González Ramírez

“Todos los trabajos deben hacerse con gusto y si no te sales”, dice Ana Luz con su voz firme. Esa voz le ha abierto un espacio en medio del barullo moralista que ha enfrentado desde que decidió ejercer el trabajo sexual. Da igual si es una asamblea de compañeras o un auditorio de políticos, la voz de Ana Luz resalta para defender el derecho a decidir sobre su cuerpo.

Al principio, cuando comenzó a trabajar como prostituta tenía culpa, miedo o pensaba si era pecado, pero con el tiempo se dio cuenta de que siempre hay una decisión de por medio, “sea rica o sea pobre”. Ella supo sacudirse los prejuicios para defender el derecho a trabajar y disfrutar de su cuerpo, se fue “empoderando”, como me cuenta en una habitación de hotel en Brasil, mientras amamanta a su hija.

Una melena lacia, oscura y larga enmarcan sus ojos vivaces, experimentados y llenos de anécdotas. Intento imaginarla 20 años atrás, cuando apenas comenzaba a trabajar. “Era difícil, sentías el rechazo con la mirada, pero con los años te vuelves experta en leer la sociedad, aprendes a identificar los clientes, a cuidarte”.

El sexo como trabajo

En Perú, de donde es Ana Luz, el ejercicio del trabajo sexual no es ilegal, como tampoco lo es en Holanda, Alemania, Nueva Zelanda y el estado de Nevada en Estados Unidos. Sin embargo, la sanción moral impuesta por la sociedad incrementa los riesgos para quienes lo ejercen. Según el informe de Amnistía Internacional publicado este año, “los trabajadores y las trabajadoras sexuales son uno de los grupos más marginados del mundo, y, en la mayoría de los casos, se enfrentan a un riesgo constante de sufrimiento, discriminación, violencia y abusos”.

Ana Luz me mira y sin prisa, comienza a explicarme que más que los clientes, quien más violenta a las trabajadoras sexuales es el Estado. Esa fue una de las principales razones para crear la Asociación de Mujeres Trabajadoras Sexuales Mujeres del Sur, en 2004. Hay una mezcla de ahínco y sosiego en cada palabra que pronuncia: “Si no tienes DNI no puedes reclamar ningún derecho”, dice y recuerda algunos operativos en los que la policía golpeaba, arrastraba y hasta bañaba con agua helada a muchas de sus compañeras.

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La policía es una de las instituciones que más violenta a las profesionales del sexo.

Georgina Arellano, trabajadora sexual en Argentina, se pregunta en su muro de Facebook: ¿Qué tendrá la concha que no tengan las manos, las piernas, la espalda? Su pregunta increpa a quienes consideran, no sin superioridad moral, que la explotación depende de la parte del cuerpo con la que se ejerce el trabajo.

Tanto Ana Luz como Georgina se han convertido en activistas para exigir garantías laborales y combatir el estigma que impide la reglamentación del trabajo sexual y en cambio, busca implementar marcos legales para abolirlo. Este año, por ejemplo, Francia se sumó a los países (Suecia, Islandia, Canadá, Singapur, Sudáfrica, Corea del Sur e Irlanda del Norte) que han adoptado el modelo “nórdico” en el que se criminaliza a los clientes, bajo la premisa de que quien vende su cuerpo nunca lo hace por decisión propia.

Después de realizar investigaciones desde Hong Kong hasta Buenos Aires, Amnistía Internacional advierte que este modelo empeora la situación de quienes se dedican al trabajo sexual porque los hace más vulnerables ante la policía y ante quienes toman la justicia por su cuenta. Así mismo, revela testimonios de personas que enfrentan graves abusos en países donde el trabajo sexual es ilegal, como en Papúa Guinea, donde según una investigación realizada en el 2010, en un lapso de seis meses, el 50% de lxs trabajadorxs sexuales que ejercen en la capital fueron violadxs por clientes o por la policía.

Cifras y testimonios alrededor del mundo sirven de fundamento para que Aministía Internacional apoye la despenalización del trabajo sexual con consentimiento, al igual que otras organizaciones como la Alianza Global contra la Trata de Mujeres, la Comisión Global sobre VIH y Derecho, Human Rights Watch, ONUSIDA, el relator especial de la ONU sobre el derecho a la salud y la Organización Mundial de la Salud.

En países como Suiza y Holanda, lxs trabajadrxs sexuales pagan impuestos, tienen prestaciones sociales y hasta pueden aspirar a una jubilación, como cualquier persona que haya dedicado su vida a ejercer su profesión. En Latinoamérica, el prejuicio sigue entrometiéndose en la decisión de Ana Luz y de las personas que optan por este trabajo: “hay quienes simplemente nos desprecian y quienes nos ven como víctimas”, cuenta.

Estas versiones sobre el trabajo sexual explican por qué, según la RedTrasex, 8 de cada 10 trabajadoras sexuales no denuncian la violencia por temor a represalias, discriminación y desconfianza en las autoridades.

Malas feministas

Mientras juega dulcemente con su hija, Ana Luz me explica que gran parte de su trabajo político es demostrar la importancia de desvincular la prostitución de la trata de personas, limpiarlo de prejuicios. Lograrlo mejoraría las condiciones laborales de este oficio pues “no todo es opresión, los años de night club fueron los más felices de mi vida”, asegura.

Ana Luz no se hizo feminista de un día para otro, pero se descubrió feminista en el 2009 cuando en un foro hablaban de violencia de género, económica y laboral. “Ese problema es mío”, pensó. Recién en ese momento le puso un nombre a su lucha y desde entonces, reparte sus días entre trabajar y capacitar a sus compañeras, realizar diagnósticos sobre los beneficios del trabajo sexual, construir perfiles de los clientes y hacer incidencia política para conseguir entre otras, una casa para las trabajadoras sexuales de la tercera edad en Arequipa. “Yo noto una respuesta de la gente, pero no de las instituciones, faltan normas y resoluciones para desvincular el trabajo sexual de la trata”, repite.

Y en repetirlo tiene razón, porque su trabajo no tiene que ver con el que deben realizar forzadamente quienes son víctimas de trata. Esa precisión tiene que hacerla, incluso en los círculos más feministas. En el último encuentro de Awid, Ana Luz participó de la plenaria sobre dinero y movimientos sociales para compartir la experiencia del fondo Paraguas Rojo en el que lxs mismxs trabajadorxs sexuales deciden sobre el destino de los recursos.

La potencia de su voz llenó el auditorio en Costa de Sauípe, a pesar del barullo, esta vez de activistas. Después de su intervención, fue inevitable proponerle esta entrevista, en parte, para entender por qué entre feministas, también persiste ese ruido moral respecto a su trabajo.

Las respuestas me las completó Madonna con su discurso en los Billboard Women in Music 2016. La diva se refirió a una famosa escritora feminista, quien le dijo que había dado un paso atrás convirtiéndose en objeto sexual. «Ay, claro, que tú eres feminista, tú no tienes sexualidad, la niegas», dice que pensó la artista mientras se dijo así misma: “Yo soy un tipo diferente de feminista. Soy una mala feminista». La cita parece banal, pero refleja a todxs lxs que pretenden decirle a Ana Luz y sus compañeras que su decisión no les pertenece.

Al terminar la conversación, salgo del cuarto y la voz de Ana Luz me acompaña en el recorrido hasta mi habitación; la de ella es una voz que abre caminos.